Yo jamás había mirado a una mujer con tanta fuerza. Mi pudor se esfumó en el acto y me produjo placer sentir que penetraba aquellos ojos bondadosos, casi suplicantes, que ya los habitaba. Y aquella mirada me anunciaba el deseo que yo despertaba en aquella mujer tan hermosa. Fue ese deseo de ella lo que despertó, por inauguración solemne y súbita, mi deseo. Me sentí encelado, abrasadoramente genésico, aunque entonces pensé que aquello era el principio de un desmayo por la emoción del encuentro con mi soberana. Nadie nunca me había informado que la carne está hecha para esponjarse y, así, poder recuperar todas las patrias perdidas.
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