lunes, 8 de octubre de 2007

Noche en blanco

Los formales y el frío

Quién iba a prever que el amor, ese informal, se dedicara a ellos tan formales. Mientras almorzaban por primera vez, ella muy lenta y él no tanto, y hablaban con sospechosa objetividad de grandes temas en dos volúmenes. Su sonrisa, la de ella, era como un augurio o una fábula. Su mirada, la de él, tomaba nota de cómo eran sus ojos, los de ella. Pero sus palabras, las de él, no se enteraban de esa dulce encuesta. Como siempre o casi siempre la política condujo a la cultura, así que por la noche concurrieron al teatro sin tocarse una uña o un ojal, ni siquiera una hebilla o una manga y como a la salida hacía bastante frío y ella no tenía medias, sólo sandalias por las que asomaban unos dedos muy blancos e indefensos, fue preciso meterse en un boliche. Y ya que el mozo demoraba tanto ellos optaron por la confidencia. Extra seca y sin hielo por favor. Cuando llegaron a su casa, la de ella, ya el frío estaba en sus labios, los de él, de modo que ella fábula y augurio le dio refugio y café instantáneos. Una hora apenas de biografía y nostalgias hasta que al fin sobrevino un silencio. Como se sabe en estos casos es bravo decir algo que realmente no sobre. El probó sólo falta que me quede a dormir. Y ella probó por qué no te quedás. Y él, no me lo digas dos veces. Y ella bueno, por qué no te quedás. De manera que él se quedó en principio a besar sin usura sus pies fríos, los de ella. Después ella besó sus labios, los de él, que a esa altura ya no estaban tan fríos y sucesivamente así, mientras los grandes temas dormían el sueño que ellos no durmieron.
Mario Orlando

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